lunes, 8 de julio de 2013

Museo

Paseo a través de las diferentes salas de un enorme, casi infinito, museo. Todo tipo de arte y corrientes artísticas desfilan ante mis ojos. Algunas obras llaman mi atención pero igual que cualquier juguete sonoro haría con un niño de unos cuantos meses. Busco algo más: esa obra que me perturbe, con la que sienta una conexión directa con lo que quiere representar, que signifique algo para mí. Experimentar el síndrome de Stendhal.
Entonces, por azar (cómo si no), me encuentro frente a esa obra de arte que buscaba sin conocer. No puedo hacer más que contemplarla embelesado, disfrutarla todo lo posible. Consciente de que con esa obra me basta, tomo asiento frente a ella tratando de descubrir todos los detalles, de descifrar todos los matices, de desentrañar todo su significado.
El mensaje que propagan los altavoces me devuelve a la realidad: estoy en un museo (¿recuerdas?) y cierra sus puertas en breve. Resignado, doy los últimos vistazos mientras camino fuera de la sala. No sé si volveré a observarla, si volveré a este museo, pero la visita mereció la pena.

Por eso trataba de memorizar cada detalle.
Cada risa y sonrisa. Cada palabra y silencio. Cada respiración, gemido y suspiro. Cada caricia y estremecimiento. Cada mirada...
Porque hay momentos que deben ser conservados a fuego en la memoria.


Saludos

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